martes, abril 15, 2008
Extraña jugada
12:31 a. m. | Publicado por
Paloma Otero |
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Los vi avanzar por el pasillo; no eran una columna de humo, ni soldados con fusiles empuñados, no. Eran tres amigos que acudían a una clase soporífera con el pesar que ofrecen las cosas cuando cuestan, y cuando sabes que, si no lo haces, serás culpable ante el tribunal de la moral.
Los vi avanzar por el pasillo, y de repente yo estaba con ellas, como los sábados de lluvia, metidas en una bolera. Ellos tres eran mis bolos y la bola que más cerca tenía era una simple botella de agua, de esas de un euro con cinco céntimos que vende el viejo verde del bar. Ya tenía bolos y ya tenía bola.
Los bolos avanzaban “no os mováis” pensé. “Bueno, sí, pero esperad”. La carpeta y la chaqueta en mi brazo izquierdo. El derecho ligeramente elevado por la parte posterior de mi espalda. Mi pierna izquierda adelantada a la inclinación de la derecha que se escondía como para no ser vista “a mi no me miréis”, escuchaba entonces la izquierda. Asía mi mano derecha en la inclinación antes mencionada, la botella, y de repente una voz se disolvía con el aire: “Mira, ahí está Paloma”. Era Mireia, pero yo no lo escuché. Cogí aire y expulsé la botella que rodaba intermitentemente por el enorme pasillo de la facultad, chocó contra la pared, después contra el radiador del otro lado del pasillo y, por lo viste grité “¡Laia, salta ahora!”. Laia saltó, pero no sabía que estaba saltando sobre todos mis miedos, mis dudas y mis penumbras. Todo iba en esa botella y en el impulso que la rodeaba. En el fondo quería rogar que no la saltara “no la saltes, no la saltes, ayúdame, ¿no ves que me quedo sola?, ¿no lo estás viendo?” Laia saltó la botella y sonrió. “Menos mal, pensó, me podría haber hecho daño”
Los vi avanzar por el pasillo, y de repente yo estaba con ellas, como los sábados de lluvia, metidas en una bolera. Ellos tres eran mis bolos y la bola que más cerca tenía era una simple botella de agua, de esas de un euro con cinco céntimos que vende el viejo verde del bar. Ya tenía bolos y ya tenía bola.
Los bolos avanzaban “no os mováis” pensé. “Bueno, sí, pero esperad”. La carpeta y la chaqueta en mi brazo izquierdo. El derecho ligeramente elevado por la parte posterior de mi espalda. Mi pierna izquierda adelantada a la inclinación de la derecha que se escondía como para no ser vista “a mi no me miréis”, escuchaba entonces la izquierda. Asía mi mano derecha en la inclinación antes mencionada, la botella, y de repente una voz se disolvía con el aire: “Mira, ahí está Paloma”. Era Mireia, pero yo no lo escuché. Cogí aire y expulsé la botella que rodaba intermitentemente por el enorme pasillo de la facultad, chocó contra la pared, después contra el radiador del otro lado del pasillo y, por lo viste grité “¡Laia, salta ahora!”. Laia saltó, pero no sabía que estaba saltando sobre todos mis miedos, mis dudas y mis penumbras. Todo iba en esa botella y en el impulso que la rodeaba. En el fondo quería rogar que no la saltara “no la saltes, no la saltes, ayúdame, ¿no ves que me quedo sola?, ¿no lo estás viendo?” Laia saltó la botella y sonrió. “Menos mal, pensó, me podría haber hecho daño”
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